Uff, he tenido tan poco tiempo para escribir, que de verdad parece que hubiera regresado de unas largas vacaciones.
El asunto es que hoy ha sido galardonado como Premio Nobel de la Paz el creador del denominado "Banco de los pobres", el nativo de Bangladesh, Mohammad Yunus, quien lleva casi treinta años practicando una particular forma de solidaridad y ayuda social, a través del sistema de microcréditos sin ínteres a personas que están bajo la línea de pobreza y que no pueden acceder en modo alguno a la banca tradicional, porque no tienen garantías que ofrecerle a los bancos. Personas que han buscado, a través de la creatividad, de la cooperación, del esfuerzo y la constancia, tratar de salir del círculo de la miseria, pero que carecen de los dineros mínimos para hacer surgir sus talleres y microempresas, y que, en su inmensa mayoría, son mujeres. Su idea, implantada en su país natal, ha servido de inspiración en otras naciones y a otras personas (aquí en Chile tenemos el Fondo Esperanza, por ejemplo) y ha permitido a mucha gente surgir, pero no a partir del asistencialismo estatal, que hace dependientes del gobierno de turno las ayudas que llegan a la población más postergada, sino que a partir de valores como la responsabilidad, el respeto por los compromisos adquiridos y el depositar en ellos la confianza de que, con un poco de colaboración y sin que les den todo en bandeja, pueden superarse y pensar en un futuro mejor, que no dependa de fichas CAS o Chiles Solidarios, ni de fundaciones privadas que muchas veces no buscan más que una jugosa exención tributaria que permita mejores dividendos a los accionistas.
El ejemplo de Yunus, más allá del tema monetario, puede servirnos, creo, para evitar esta vieja idea de que a los pobres les gusta todo hecho, que no se esfuerzan por nada, y que son flojos. La pregunta que debiera surgirnos no es otra que: ¿les preguntamos qué quieren, qué necesitan? ¿o los ayudamos con lo que creemos que ellos necesitan y que a nosotros nos satisface entregarles?.
No olvidemos que lo conseguido con esfuerzo tiene mayor mérito y da mayor satisfacción, sobre todo cuando ese esfuerzo es de uno mismo.
Sería bueno tender a expresar la solidaridad colaborando con la creatividad y con los talentos que andan ocultos por nuestras poblaciones y entre nuestros pobres, dándoles la oportunidad de salir adelante con lo que ellos puedan entregar, para que se sientan responsables de su propio destino, y no atados a un lugar del que no ven como salir.
Esto mismo vale para otros ámbitos de nuestro quehacer, como en el caso de nuestras campeonas mundiales de hockey - patín, que a punta de esfuerzo silencioso y de sacrificios familiares lograron algo que el fútbol, con todo el aparataje, la atención de los medios y los dineros malgastados, no ha estado ni cerca de lograr. Albricias para ellas, por demostrarnos que el coraje, la garra y el amor por lo que hacemos si pueden cambiar el mundo.
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