Dos o tres cosas han pasado en estos días que desafortunadamente me hacen pensar que la frase que da título a este post (que para los que lo ignoren es de la canción "Mal bicho" de Los Fabulosos Cadillacs) no le ha entrado en la cabeza a mucha gente en este país, aunque somos (menos que en otras naciones vecinas, por cierto) mestizos de pies a cabeza y que mucho de lo bueno y malo que tenemos como pueblo y cultura proviene de las múltiples migraciones, voluntarias o forzosas, que han salpicado nuestra línea de la historia y nuestra larga y sinuosa geografía, como croatas, alemanes, españoles, italianos, y ahora peruanos, bolivianos, ex yugoslavos, ex soviéticos e incluso africanos. Somos un país profundamente discriminador y desafortunadamente este sentimiento se está alojando peligrosamente en el corazón de los más jóvenes, que de a poco se transforman en seres intolerantes, llegando a extremos como los del asesinato del joven neonazi o la agresión al norteamericano en el metro.
Valdría la pena recordarle a estos neonazis chilenos, a los antifascistas, a los xenófobos, a los homófobos, etc., y a nosotros mismos, que nos guste o no, todos y cada uno fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, somos cada uno una imagen única e irrepetible del amor de Dios Padre. Es decir, en dignidad y derechos, somos iguales, no inferiores ni superiores unos respecto de los otros. Es cierto, profundamente cierto, que físicamente somos diferentes, que el tiempo y lugar donde nacemos y vivimos y las personas que nos rodean y nos acompañan, amén de la nunca bien ponderada genética, condicionan nuestro carácter, cultura, creencias, opción sexual, color favorito, equipo de fútbol, música favorita y todo lo que se le ocurra que nos haga distintos y distinguibles, pero nada de eso es, a fin de cuentas, realmente relevante, sino accesorio, superfluo, disponible, sino se toma en consideración lo esencial, la profunda igualdad que tenemos todos los Hombres (no adscribo al famoso "los hombres y mujeres", me parece absurdo) por ser creaturas del mismo Dios.
Por lo demás ninguna sociedad se enriquece si perdemos la individualidad, si no apreciamos mutuamente la diferencia del otro, la cual nos puede aportar, nos puede llevar a confrontar diferentes realidades, nos puede llevar, en definitiva, a crecer, a ejercer la tolerancia con el que, siendo tan humano, tan persona como uno mismo, ha tomado opciones diversas de las propias o ha nacido con un color o hablando un idioma que no es el nuestro.
Dios quiere a todos sus hijos y Cristo muere en la cruz por todos, no por los blancos, ni sólo por los católicos y mucho menos sólo por los religiosos; da su vida por amor, un amor inmenso y profundo, para salvarnos y para darnos el ejemplo de lo que a cada uno nos toca hacer en este mundo, ¿o se han olvidado que nos dijo: "Amen a sus enemigos. Porque si aman a los que les aman, ¿qué mérito tienen?"?
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1 comentario:
Andrés querido... si solo nos esforzáramos en querer a quienes nos estiman, el asunto no tendría gracia.
Me siento increíblemente afortunada por compartir contigo, tu increíble mujer y tu maravilloso hijo tanto cariño desinteresado y sin trabas.
Besos, y ahora que encontré tu blog, tendrás en mí una asidua lectora.
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