Mi comadre me invitó a participar en un juego/cadena entre bloggers.El nombre del asuntillo éste es “me-me” (“mi-mi”, o sea “yo-yo”. Ideal para ególatras).
Las reglas son las siguientes: cada jugador cuenta 8 cosas sobre sí mismo; antes de exponer tus ocho tópicos, debes incluir las normas básicas del jueguito en el mismo blog para que el resto no se pierda; y debes invitar a otras ocho personas a seguir con esta dinámica. Ojo, que no hay que olvidar el postear en los blogs de los ocho elegidos avisando que han sido seleccionadas para este juego. Salvedad: en mi caso no tengo ocho bloggers, pero igual no más.
Ahí van mis ocho:
La bicicleta: Uno de los rasgos más acentuados de mi personalidad es una bajísima tolerancia a la frustración, sumada a una autoexigencia un poco enfermiza, extrapolada a los más diversos e insulsos tópicos de la vida. El episodio paradigmático de esta tan poco sana costumbre ocurre aproximadamente cuando tenía 6 o 7 años. Como es habitual a esa edad, yo tenía una bicicleta que me habían regalado en Navidad, en medio de un aparataje complejo, para que no me diera cuenta del dichoso regalito (dato Rossa: era de marca Lahsen. ¿Se acuerdan del pololo con cara de pavo que tenía la Bolocco cuando la eligieron Miss Universo?). Como es lógico, aprendí con las ruedas traseras puestas, acompañado por mi papá, que se daba el tiempo para pasear conmigo y darme instrucciones, amén de vigilarme (tengo un papá un poquito aprensivo, afortunadamente no tengo hermana). Todo bien, andaba fantástico, rápido, usaba bien los frenos, era capaz de andar en la bicicleta levantándome del sillín, etcétera. Pero... un día cualquiera, mi padre estimó suficiente el período de aprendizaje y decidió hacerme practicar sin las rueditas salvadoras. Resultado: no me equilibré nunca en toda esa tarde, me caí varias veces, mi papá se aburrió y se enojó conmigo, y desde ese momento, NUNCA más me subí a una bicicleta, y puedo decir que no sé andar en ella.
Una inocente escondida: Imagínense la siguiente situación: niño de tres años desaparecido después de haber salido a jugar con los vecinitos de la casa de enfrente. Siga imaginando a todos los vecinos movilizados, una madre, abuelos, tíos y demás parientes poniéndose histéricos, elucubrando las más descabelladas teorías sobre cómo se perdió el niño y dónde se pudo haber metido, como para haberse esfumado de la casa de enfrente sin que nadie se percatara. Después de varias horas sin rastros y registrando la citada casa, aparece el pequeñín, o sea yo, ...durmiendo profundamente detrás de un armario, donde se había metido jugando a las escondidas.¡Plop!
Declaración de principios: Miércoles 11 de octubre de 2000, pasadas las 11 de la noche. Después de poco más de un mes de una amistad crecientemente "amistosa" y unos pocos más de compartir en el equipo de Liturgia de la Vicaría de Pastoral Universitaria (en adelante VPU), le daba el primer beso a mi actual señora, mientras la acompañaba a tomar locomoción a su casa, desde el centro a La Florida, luego de haber visitado a unos amigos y haber dilucidado la incógnita respecto a si era yo u otro amigo el dueño de sus afectos (guardaremos su nombre, pues algunos de mis lectores lo conocen y bastante), e instantes después que este mismo personaje tomase sólo Dios sabe qué micro, cuando captó que comenzaba a "estorbar". Se imaginarán un minuto romántico, un abrazo y una conversación amorosa, en fin. Pues, no. El lindo se mandó flor de declaración, siendo una de las primeras, sino la primera oración, algo como "Quiero advertirte que soy muy celoso", derivado esto de que yo sabía que eventualmente había otra persona por ahí, muy cercana a mi Claudia. Sencillamente... idiota. Creo que dije algunas otras linduras acerca de mí mismo. Aún hoy nos da risa.
Mi camita: Cuando era chico, aproxiamdamente hasta los cuatro años, vivía en la casa de mi Mamita Julia (mi abuela materna), en una parte del terreno en que mi papá, con ayuda de mi tío Julio, había edificado un dormitorio, un living comedor y una cocina, que fue mi primer hogar. Allí pasé prontamente de la cuna a una cama de plaza y media, muy parecida a la de mis papás, durmiendo en la misma pieza. Esa cama es parte de toda mi vida, en ella dormí, en cada casa que viví, hasta que me vine a Santiago a la universidad, usándola sólo los fines de semana, y cuando me casé, me la traje y hasta el día de hoy es la cama de visitas y la que yo uso ante ciertas eventualidades. Lamentablemente, por asuntos de espacio en el vehículo en que la traje, tuve que intercambiar el somier con otra de las camas de la casa de mis papás. Ése es el mismo tálamo al que, por allá por 1986, le rayé con lápiz mina "Gol de Maradona", con horror para mi madre; el mismo en que lloré por desilusiones amorosas o derrotas de mi equipo de fútbol; el mismo que servía de trinchera para "jugar" con mi hermano, etc. Espero heredársela a mi hijo.
Quien canta su mal espanta: Mi vicio, mi catarsis, mi hobby, mi manera más propia de comunicarme con Dios. Todo eso y varias cosas más significa el cantar y la música en general, y afortunadamente, según me han contado y me he ido convenciendo, lo hago bien. Hasta mis estados de ánimo pueden graficarse con el hecho de si tengo o no ganas de cantar, o el tema que ando tatareando. Lo único malo es que no toco guitarra, por lo que siempre necesito de un partner que colabore y que se acople a mis gustos, lo que no es tan fácil.
La verdad no tengo idea cuando empecé con esto, pero parece que partí con "El rey" de Pedro Vargas en el patio de la casa de mis abuelos maternos. Ya más grande y como todo cantante que se precie de tal, tuve de escenario el baño de mi casa, y hasta mis vecinos me escuchaban, al punto de que mi vecina del lado le dijo a mi mamá con mucha simpatía que sabía pefectamente cuando yo estaba en el baño. Me he sorprendido (y creo que por desgracia cada vez menos) cantando mientras voy por la calle; de hecho, otra señora del barrio se reía mucho por el hecho de escucharme ir por la calle prácticamente a voz en cuello entonando lo que se me viniera a la cabeza. Así he seguido, cantando por mi curso en el colegio, en coros de parroquia, en la VPU, con amigos en pseudo grupos musicales, en múltiples reuniones sociales (café concerts, metrimonios de amigos, fondas, etc.), y por Dios que me ha hecho feliz. Ahora que no estoy en coro, la verdad es que me lo hecho en falta, porque el solo escuchar música se me ha hecho insuficiente, pero confío en que volveré por mis fueros.
La vocación: He sido cercano a la Iglesia Católica desde muy niño, acompañando a mi madre, a mis abuelitas y a mi abuelo materno a misa, al Mes de María, a las festividades de Semana Santa (incluso la Adoración de la Cruz y la Vigilia Pascual). Estudié en el Instituto del Puerto de San Antonio, a cargo de la Congregación de Hermanos del Sagrado Corazón, donde participé durante muchos años en distintas actividades pastorales, siendo el casi sempiterno delegado de Pastoral de mi curso. Hice misiones urbanas, realicé mi confirmación, iniciara mi participación en coros y que durante algún tiempo haya pasado más tiempo en la parroquia o en situaciones y lugares vinculados a ella más que en mi casa o en el colegio. Después seguí en la Residencia Universitaria Cardenal Caro y en la VPU. Supongo que todo eso explica que tres veces entre los 16 y los 21 años me hayan preguntado si tenía alguna vocación religiosa distintos curas o laicos consagrados y que mi propio padre haya creído que yo no me iba a casar, sino que iba a ser sacerdote, como se lo contó a mis suegros ¡el día en que conversaron acerca de nuestro matrimonio! (cosa que yo no sabía). Bueno, como se darán cuenta, aquí estoy con un hijo, felizmente casado, y tratando de ser buen cristiano, desde la vocación que me tocaba realmente.
El fútbol, bendito fútbol: Éste es mi otro gran vicio. Aclaro que no soy de ir al estadio, por plata y por las barras bravas; de hecho, puedo decir que el Nacional lo conocí yendo a un recital de homenaje al Che Guevara antes de ver un partido y que a Santa Laura sólo he acudido dos veces (tengo suerte, la primera vez la Unión subió a primera y la segunda, fue el primer partido de la final con Coquimbo el 2005). Alguien dirá, con justa razón, que no tiene gracia alguna que a un hombre latinoamericano se apasione con la pelotita, que es casi genético, pero esto es más profundo. Soy hincha de Unión Española, que la última vez que había salido campeón con anterioridad al Apertura 2005 fue en 1977 (yo no había nacido) y además chileno/español (los desafío a encontrar países más frustrados futbolisticamente hablando), pero a mí me gusta el fútbol, venga de donde venga. He gastado cuadernos completos, hojas sueltas varias, diskettes y ahora espacio en el disco duro, amén de diarios, posters, revistas, albúmes (sin completar ni uno), acumulando formaciones y estadísticas de fútbol (también lo hago con otros deportes. A modo de ilustración, tengo las formaciones de todos los equipos de todos los Mundiales adultos y he visto la mayor parte de los partidos de estos certámenes desde 1986 en adelante.
Pero lo que grafica más mi fanatismo (afortunadamente no tengo cable, sería una locura) fue un día por ahí por 1992 o 1993 que vi en la mañana la final escolar de un campeonato de futsal auspiciado por Bilz y Pap, seguí con fútbol español y para rematar el partido final de la liguilla por el ascenso a Segunda División, es decir Tercera División, casi en rotativo, y quizá un partido del campeonato nacional un poco más tarde. Mujeres, odienme.
Pudor: Es sabido que hay mucha gente que le carga ir al baño en otros lugares que no sea su casa, ni siquiera el colegio o las casas de los parientes, en casos más extremos. Yo por ejemplo casi no podía defecar en el colegio.
En mi situación particular, el problema es otro, atenuado con el paso de los años, es producto del pudor (o vergüenza si se prefiere), sumada a la estúpida creencia que la vejiga es un depósito sin fondo y a la confianza ciega en que voy a llegar a un baño seguro. Ya se habrán dado cuenta: me carga orinar en la calle. Cuando uno es adulto esto no provoca mayores inconvenientes, salvo el dolor, el posible riesgo de una infección (cistitis)o el llegar corriendo desesperado al W.C. más próximo, porque la continencia vesical ya está más o menos dominada, pero a los 9 años simplemente no. Al respecto una vergonzosa experiencia:
Una vez llegué corriendo a casa con deseos incontenibles de orinar, pero no alcancé. Tragicómicamente dejaba un rastro en el pasillo que conducía al baño de mi casa. Cuando arribé por fin al bendito retrete, ya no quedaba nada, todo estaba en el suelo, mis piernas y mis pantalones.
Esto casi me ocurrió de nuevo hace unos tres años atrás, pero justificado porque estaba haciendo mi práctica y el único baño era el público que tenía la Municipalidad de San Antonio, que había que pagar para usar y cerraba a las dos, o sea, si te daban ganas después cooperabas, porque en la Corporación de Asistencia Judicial no había W.C., así que un día iba saliendo como a las cuatro de la tarde y tuve que correr a la casa de mis papás, y por suerte no hubo desastre. Pero se me pasó esta tranca y si la angustia es mucha un árbol oculto, una muralla amiga o un sitio baldío son prácticos pa' darse un lujo, como diría el Profesor Rossa.
Mis elegidos, aunque no son ocho, son:
todonosecompra.blogspot.com
colmanletras.blogspot.com
Suerte y ojalá hagan un post al respecto.