Se ha ido mi amante predilecto, el que siempre me mimó, me abrazó con cariño y siempre me colmó de atenciones, que me respetó sin trepidar, el que me lució en todos los salones de la vida que le tocó vivir, con orgullo indisimulado, con pasión incontrolable, aún cuando yo, promiscua por esencia, voy de boca en boca, de lugar en lugar. Se ha ido para no volver, al sitio donde ya no le podré hallar, al silencio eterno.
No sólo yo quedo sola, también su gran amigo me ha dicho que nada será igual sin él, que ya no habrán más de esas largas veladas en que, cual testigo mudo, nos vería amarnos con ternura, en el preciso instante en que su boca me tocaba, apropiándose de mí, para devolverme al mundo aún más bella, aún más plena, aún más yo. También sufre nuestra fiel Celestina teclada, que, aunque anciana, nunca dejó de ser nuestra cómplice, cuando tus manos, a través de ella, me acariciaban con la suavidad del enamorado.
Se ha ido y ya no le oiré, no le veré, no le podré amar, ¿qué será de mí sin mi Quijote? Me siento huérfana, desprotegida en este mundo en que me siento vapuleada, oprimida, reducida al mínimo. ¿Quién me cuidará como tú lo hacías, como Armand a su Marguerite? ¡Cómo me gustaría irme contigo!, pero eso jamás me lo perdonarías.
Sólo me quedará tu recuerdo, la memoria de tus charlas perfectas y tus anécdotas de cuento, y hoy a ello me aferró. Sé que te colmarán de luces, de homenajes, pues como tú no hay otro en esta tierra, pero me quedó con lo simple, como tú.
Ya no puedo decir nada más, porque las lágrimas ahogan mi voz. Sólo puedo decirte: Gracias, amor, descansa en paz.
No sólo yo quedo sola, también su gran amigo me ha dicho que nada será igual sin él, que ya no habrán más de esas largas veladas en que, cual testigo mudo, nos vería amarnos con ternura, en el preciso instante en que su boca me tocaba, apropiándose de mí, para devolverme al mundo aún más bella, aún más plena, aún más yo. También sufre nuestra fiel Celestina teclada, que, aunque anciana, nunca dejó de ser nuestra cómplice, cuando tus manos, a través de ella, me acariciaban con la suavidad del enamorado.
Se ha ido y ya no le oiré, no le veré, no le podré amar, ¿qué será de mí sin mi Quijote? Me siento huérfana, desprotegida en este mundo en que me siento vapuleada, oprimida, reducida al mínimo. ¿Quién me cuidará como tú lo hacías, como Armand a su Marguerite? ¡Cómo me gustaría irme contigo!, pero eso jamás me lo perdonarías.
Sólo me quedará tu recuerdo, la memoria de tus charlas perfectas y tus anécdotas de cuento, y hoy a ello me aferró. Sé que te colmarán de luces, de homenajes, pues como tú no hay otro en esta tierra, pero me quedó con lo simple, como tú.
Ya no puedo decir nada más, porque las lágrimas ahogan mi voz. Sólo puedo decirte: Gracias, amor, descansa en paz.